Roy Picoux no pudo dormir
esa noche. Hallábase muy inquieto durante esa madrugada, inundado por la
expectativa de su primer día de trabajo en la comisaría del Distrito Sureste.
Antes de la hora prevista ya estaba pulcramente vestido con su traje de alférez
de policía, el primer escalón en un organigrama confuso y muy competitivo.
Sabía que tendría ante sí
un duro camino hacia el puesto de Inspector, probablemente cuatro o cinco años
de difíciles patrullas en las calles, lidiando con delincuentes y otro tipo de
antisociales. Sin embargo, estaba entusiasmado. Se sentía preparado para su
labor, tras los tres años de instrucción en la Academia.
Condujo su vehículo con
diligencia hacia la estación, respetando las señales de tráfico, cosa que no
hacían muchos. Apuntó en su mente que, una vez tuviese su placa, haría
esfuerzos para multar y detener, si era preciso, a todo aquel que violase la
ley. En el bolsillo de su camisa, tenía apuntado el nombre de quien sería su
responsable. Cuando llegó a su destino, preguntó por el Sargento Jack McManaman.
-¿Quién le busca?-
Preguntó toscamente una mujer con uniforme, en la recepción.
-Alférez Roy Picoux,
Señora. Hoy es mi primer día de servicio- Respondió, animado.
-Primera planta. Oficina
101- La mujer volvió la mirada hacia su mesa, donde había unos documentos
desordenados.
El joven subió las
escaleras con rapidez y no le costó encontrar la oficina en cuestión. En ese
momento, un hombre raquítico de edad madura discutía a gritos con otro.
-¿Sabes la presión que
tengo desde arriba? Esta noche me han abroncado en mi casa por el asesinato de
ese político en el prostíbulo y ahora me dices que no tienes ninguna pista-.
-Vamos, Jack… Ya sabes
cómo funciona esto. Nosotros escribiremos en el informe lo que nos digan y…-.
-¡Y una mierda, Flass!-
Bufó el Sargento, quien volvió la mirada hacia el recién llegado -¿Y tú quién
eres?-.
-Alférez Roy Picoux,
Señor. Hoy es mi primer día de servicio- Respondió, esta vez con vergüenza.
El Sargento volvió a
bufar.
-Desaparece de mi vista,
Flass-.
Roy se quedó parado, sin
saber exactamente qué hacer, mientras el aludido salía de la oficina y cerraba
la puerta con fuerza.
-Así que eres el nuevo-
El hombre raquítico se sentó en una silla y cruzó los dedos de las manos detrás
de la cabeza.
-Sí, Señor- Roy estaba
dubitativo.
-Escúchame bien porque
sólo lo diré una vez. Esto es lo que yo llamo el “discurso” ¿entiendes? En este
Departamento no hacemos las cosas como se enseña en la Academia, aquí se hace
cómo yo lo digo y punto. Si yo te ordeno que investigues, lo haces. Si yo digo
que miras hacia otro lado, lo haces. Si yo decido que hoy llueve es porque hoy
llueve, aunque haga un sol de marras, y no acepto cuestionamientos, ¿está
claro?-.
Roy estaba desconcertado,
pero asintió despacio y con nerviosismo.
-Ahora sal de aquí y
busca al Detective Samuel Flass. Será tu compañero-.
El joven parpadeó.
-¿Qué esperas? ¿Un
autógrafo?-.
-Señor, necesitaré mi
placa y mi revólver reglamentario-.
Los ojos de McManaman se
inyectaron de ira. El chico nuevo era corto de miras.
-¿Qué parte del discurso
no has entendido? ¡Busca a Flass, YA!-.
Roy abandonó la oficina
con presteza y angustia, sin saber a dónde ir. Avanzó un par de zancadas y dio
de bruces con una masa de músculos y vanidad.
-No he podido evitar oír
que el Sargento mencionara mi nombre. Soy el Detective Flass ¿eres el nuevo?-
Una sonrisa pulcra y brillante iluminó todo el pasillo.
-Sí, yo…- Roy contempló
al mismo hombre que había visto hacía unos minutos.
-Vamos, novato. Te
explicaré cómo son verdaderamente las cosas aquí. Olvida el discursito del
Sargento y aprende todo cuanto te enseñe-.
-Bien, voy a necesitar mi
placa y…-.
-¡Oh, no! Nada de eso
hoy. Hoy sólo vas a mirar. Mañana te daremos la placa, la pistola y el
“mataleyes”- Se llevó la mano derecha a una escopeta que descansaba en la
cintura.
Roy estaba desconcertado.
Nada de lo que estaba viendo coincidía con los protocolos y procedimientos que
le habían instruido en la Academia. Flass le llevó hasta el parking y subieron
a un coche de modelo antiguo y con cabina estrecha.
Roy se ajustó el cinturón. Flass, no.
-Verás, novato- Hablaba
el detective mientras conducía con una mano y con la otra bebía de una
cantimplora -Nuestro trabajo consiste en ir de un lado a otro por estas calles.
Si vemos algo sospechoso, intervenimos sobre la marcha-.
Roy miraba alrededor. Se
desplazaban por una avenida a plena luz del día donde habían varios tugurios y
garitos. Sexoservidores estaban en las aceras ofreciéndose libremente a
potenciales clientes. Un hombre trapicheaba en una esquina. Un par de chicas
adolescentes le compraban algo a un sujeto de chaqueta.
Roy pudo ver que se
cometían al menos una docena de delitos.
Flass sólo conducía y
seguía bebiendo de la cantimplora. En poco tiempo, su aliento era una mezcla de
alcohol y menta.
El coche frenó sin previo
aviso y se detuvo abruptamente.
Flass sonrió.
-Vamos, novato. Vas a ver
cómo se actúa en esta situación-.
El detective descendió
del vehículo y señaló a tres niñatos. Les obligó a que apoyaran las manos
contra la pared y les revisó exhaustivamente. Tras encontrar algo en el
bolsillo de uno de ellos, le propinó un fuerte golpe en el estómago. El
agredido se inclinó con arcadas, pero no tuvo tiempo de incorporarse. Flass le
había introducido en la boca el cañón de una escopeta recortada de dos
boquillas.
-¿Es así cómo me
agradecéis, miserables?- Habló el detective -Os permito trabajar por la noche,
pero decidís ampliar vuestro horario comercial a la mañana sin haberme pedido
autorización-.
-Escucha, nosotros ya nos
íbamos. Sólo estábamos aquí de paso…-.
Flass le quitó el seguro
a la recortada. El chico se había orinado en los pantalones.
-Vale, vale, ¡está bien!-
Accedió el tercer sujeto -No te hemos preguntado, pero te podemos pagar-.
El detective guardó la
escopeta y sonrió.
-Así me gusta- Dijo y
mostró el fajo de billetes que había requisado -Me quedaré con esto como
garantía, pero mañana volveré por aquí y me deberéis pagar cinco mil-.
-¡Pero Flass! Eso es lo
que conseguimos en una semana-.
El detective escupió en
el suelo.
-Pues subir los precios-.
Roy estaba atónito. No
daba crédito a lo que había visto. ¿Debía informar a Asuntos Internos? ¿Al
Sargento?
Sintió la pesada mano del
detective en el hombro.
-Sigamos con nuestro
trabajo, novato-.
Ése fue el día en que Roy
Picoux comprendió que ésa era una ciudad sin futuro. Ése fue el día en que
Roy Picoux supo que la honestidad era algo obsoleto y limitado.
Maldita ciudad.
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