Compromiso
ciudadano
Hallábase Mauro, ataviado con su mejor traje y corbata, frente a un espejo que cubría la amplitud de la pared. Su cabello estaba impecablemente arreglado y peinado hacia atrás. Los zapatos grises brillaban con intensidad. Sus guantes estaban cuidadosamente custodiados tras el cinturón de piel.
Magnífico.
Estaba capacitado para
otra noche de éxtasis.
Hallábase Mariam,
completamente desnuda, frente a un minúsculo espejo que apenas reflejaba su
rostro magullado. A su último cliente le gustaban los actos ultraviolentos y el
uso de objetos punzantes. Ahora él roncaba a placer.
Se vistió como buenamente
pudo.
Debía seguir trabajando,
aunque no estaba del todo capacitada.
Hallábase Madlenka,
tristemente vestida con una bata de delgada tela de nylon, inerte sobre una
gélida tabla metálica. Un dedicado médico forense le había abierto el pecho y
examinaba con atención sus órganos internos.
Nadie le extrañaría.
No estaba capacitada para
cualquier actividad.
Mauro caminaba con
parsimonia y chasqueando los dedos. La noche anterior había sido exitosa y nada
le hacía sospechar que ésta sería otra de ellas. Su sensación de superioridad
le llevaba a un estado de constante confianza. La vio salir por la puerta
trasera de aquel burdel. ¿Qué haría con ella? ¿La ahogaría? ¿Le mutilaría de
alguna forma? ¿Usaría un cuchillo o un martillo? No lo tenía del todo claro.
Mariam abandonó el Gato
Negro tambaleándose. El dinero era una necesidad más que un medio para obtener
algún bien. Le costó mucho esfuerzo mantenerse erguida antes de que unas
fuertes y robustas manos le atenazaran el cuello.
Madlenka yacía en
silencio dentro de ese nicho maloliente en la morgue. Las pruebas
histopatológicas demostraban que sus pulmones estaban colapsados. El dictamen
preliminar era muerte por sumersión.
Mauro apretó con más
fuerza.
Mariam desfalleció.
Madlenka había sido
olvidada.
Vincent amartilló la
pistola y disparó en la nuca de Mortimer. No había pagado la cuota exigida por
Vincenzo y ésa era la recompensa.
Mauro se sobresaltó.
Desvió la mirada justo cuando el ahora cadáver Mortimer acababa desplomándose
en el callejón.
Vicent miró al sujeto y
sonrió. Guardó con excesivamente calma la pistola, dio media vuelta y se alejó
silbando una monótona melodía.
¿Qué debía hacer? Un par
de curiosos habían salido del burdel y señalaban en su dirección. Alguien ya
estaba llamando. Se quedó de pie, estupefacto, con miedo. ¿Debía escapar?
-¿Has visto lo que ha
pasado?- Preguntó un hombretón con camiseta ajustada. Era uno de los porteros
del Gato Negro.
Mauro enmudeció.
-Oye, es contigo ¿Has
visto algo?-.
-¡Despejar el lugar!-
Vociferó con potente bramido una mujer. A su lado, un vejestorio barrigón
mascaba un palillo de madera.
-¡Eh, polizontes!- Graznó
el portero -Este pardillo estaba aquí cuando sucedió todo-.
-¿El trajeado este? ¿Un
cliente?- Gabriella le hizo una radiografía automática.
-No le he visto nunca por
el local- El hombretón se encogió de hombros.
Luces azules y brillantes
de patrullas de policía anunciaban el advenimiento de un barullo indeseado y
nada agradable para la reputación del burdel.
-Nos encargaremos a
partir de ahora- Habló Gabriella, simulando distracción. El barrigón chasqueó
los dientes.
Un médico forense ya
revisaba los cadáveres. Dos muertes distintas en dos lugares cercanos en
apariencia, pero técnicamente alejados. Todo estaba ocurriendo muy de prisa.
-Empecemos por el
principio, ¿de acuerdo? ¿Cuál es tu nombre?-.
-Ma… Mauro-.
-No te he entendido
¿Nombre?-.
-Mauro…-.
-¿Qué has visto?-.
-Yo…-.
-Quizás en la comisaría
nos puedas aclarar lo ocurrido-.
-Yo creo que…-.
-¡Cadete! Acompañe a este
caballero a la comisaría del Distrito Sur para que aclare sus ideas y cumpla
con su compromiso ciudadano-.
El barrigón no hizo
comentario alguno hasta verse liberado del posible testigo.
-Un miserable con un
disparo en la cabeza y una prostituta estrangulada-.
-¿Ya le has hecho la
autopsia?- Preguntó Gabriella con ironía.
-Me he acostumbrado con
los años-.
-La posición de los
cuerpos podría indicar la presencia de dos personas-.
-Un solo individuo no
hizo esto, es evidente. Pero hay algo que no encaja y me pongo nervioso cuando
algo no encaja-.
-Observa aquí- Gabriella
señaló a una inerte Mariam -¿Cuánto habrá? ¿Unos cien metros, quizás? ¿Dónde
estaba el testigo?-.
-No te pierdas en lo
obvio. El testigo es irrelevante y estos homicidios están resueltos. Vamos a comer
algo. Cuando estoy nervioso me ruge el estómago-.
-¿Dulce o salado?-.
-Ambos-.
Mauro se retorcía
inquieto en el asiento trasero del coche. El cadete y un sargento le llevaban a
un destino incierto. En apariencia debían acudir a la comisaría del Distrito
Sur. Al menos eso es lo que había dicho aquella mujer policía. No obstante, y
si no estaba equivocado en lo que a geografía se refiere, en esta ciudad no
había una localización denominada de esa forma. Estaba el Distrito Suroeste y
el Sureste, pero en ningún caso…
El coche se detuvo en un
oscuro descampado.
El cadete le arrastró
violentamente fuera del vehículo.
-¿Qué os pasa? ¿Qué
hacéis?- Protestó Mauro.
Una bala calló cualquier
síntoma adicional de protesta.
El sargento recogió el
casquillo.
Otro crimen sin resolver
había sido escrito en un lienzo de corrupción.
Como las muertes de Mariam,
Madlenka y otras tantas trabajadoras de la noche, cruelmente asesinadas por un
sociópata silenciado en el entramado de ese lienzo.
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