Capítulo III.10
Motivado por la dextroanfetamina, o muy
seguramente por el miedo, el físico Hiroshi Iwata tomó la decisión más
importante de su existencia. Si iba a morir, no sería por el arma de uno de los
esbirros del General Bill Faraday. No sabía cuál era su destino, ni si iba a
sobrevivir al viaje.
Sólo sintió una extraña sensación de
velocidad, cosquillas y luces de colores.
Cuando despertó, ya no se encontraba en la
misma habitación con el obtuso militar y el prepotente doctor Marcus Richardson.
Se hallaba en una pradera muy amplia y, por vez primera, pudo aspirar un aire
limpio, aunque impregnado por la pólvora. En la distancia, escuchó una
detonación brusca seguida de gritos de lucha. Abrió la mampara con torpeza, se
tiró al suelo y se arrastró hasta llegar a una plantación de trigo.
Se percató de que en lo alto de una
elevación un grupo de hombres vestidos con uniformes color azul, avanzaban al
galope de hermosos caballos, mientras sonaban trompetas y alzaban espadas. Más
atrás, una hilera de cañones disparaban con potencia metrallas que estallaban
más adelante. El ejército chocó abruptamente con otro batallón, formado por
sujetos de uniforme gris armados con bayonetas. Durante unos minutos que le
parecieron eternos, Hiroshi presenció una masacre absurda.
No se dio cuenta de la escopeta que le
apuntaba directamente a la cabeza.
-¿Qué haces aquí? ¿Eres un espía del
sur?- Interrogó alguien con violencia.
Hiroshi volvió la mirada y sintió pánico.
Balbuceó algo, pero fue infructuoso.
-Eres un indio- Dijo el hombre, ataviado
con la vestimenta azul y un sombrero de ala ancha. Una barba rubia y larga le
cubría la cara -¿Qué hace un indio aquí? ¿No deberías estar en la reserva de
Mississippi? Tienes una ropa muy rara-.
El físico japonés no entendía nada. El
hombre le levantó por el hombro con brusquedad. En el fondo, el batallón del
uniforme gris parecía haber perdido el conflicto.
-Las batallas están siendo muy duras, pero
el norte lleva la ventaja-.
Como parte de su investigación, Hiroshi
había estudiado diferentes épocas de la historia y ese escenario le recordó
vagamente las ilustraciones que analizó sobre la guerra civil estadounidense.
El soldado le aseguró que le llevaría ante el teniente de su guarnición, con el
fin de llevarle a la tribu más próxima de los pieles rojas. Cuando el físico se
resignó, un hormigueo molesto le cubrió el cuerpo.
Velocidad. Cosquillas. Luces de colores.
Apreció en una estancia rodeada de
espejos, acompañado de su solitaria máquina. Ante el ímpetu del acto, un sujeto
ataviado con peluca blanca, calzones azules, zapatos ridículos y rostro
maquillado se sobresaltó y dejó caer una copa de cristal con atractivos
dibujos. El aristócrata comenzó a farfullar quejas e Hiroshi comprendió que se
trataba de una variante muy antigua del francés.
La majestuosidad del Palacio de Versalles
se extendía ante sus ojos. Pero no pudo disfrutarla durante mucho tiempo.
Velocidad. Cosquillas. Luces de colores.
El ejército alemán avanzaba implacable
sobre las exiguas defensas polacas. Hiroshi llegó a tiempo para ver cómo los
pesados tanques se dirigían inexorables hacia las filas de soldados y
barricadas que se interponían entre los agresores y la desamparada ciudad de
Cracovia. Era el año 1939 y los orígenes de la Segunda Guerra Mundial estaban
al acecho. Hiroshi se llevó las manos a los oídos ante los disparos, gritó de
rabia y, por primera vez, deseó que el matón de Bill Faraday le encajara un
cuchillo en el estómago.
Velocidad. Cosquillas. Luces de colores.
El helicóptero pasó serpenteante por
encima del físico. La tierra se movía bajo sus pies y se derrumbó sobre el
asfalto de una calle agrietada. Una madre rodeó a su hijo con sus brazos,
mientras la ciudad colombiana de Armenia era víctima de un mortal terremoto.
Velocidad. Cosquillas. Luces de colores.
Hiroshi permaneció extraviado en un
galimatías de épocas diferentes. En un plazo muy corto, visitó la era
precámbrica, el período de guerras entre escoceses e ingleses, los tiempos en
que Roma era el centro del mundo, el poderío de Alejandro Magno, la revolución
industrial del siglo XIX, los inicios de la democracia griega, la explosión
tecnológica del tercer milenio y la decadencia de la sociedad humana.
Cuando la locura estaba a punto de
apoderarse de su razón, logró controlar el poder de su invención. El mando de
la máquina se desconectó e Hiroshi pudo dar comienzo a una expedición que le llevó
a conocer todas las líneas temporales, todas las posibilidades y todos los
finales posibles.
Fue entonces cuando se estableció en un
futuro muy lejano, con la humanidad viviendo fuera de los límites del Sistema
Solar, colonizando fronteras situadas a millones de años luz y viviendo el
sueño de visionarios escritores del siglo XX. Con la tecnología de esa época,
se asentó en Ganímedes, fabricó una posible línea temporal y resolvió esperar.
Tenía un tiempo escaso y muchas cosas por
hacer.
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