domingo, 22 de enero de 2012

Oper. Capítulo XIV.

Diario digital de Schrödinger. El Vértice. 23 de Julio de 2052.

Fui un completo idiota cuando decidí confiar en el tarado de Maxwell Chase ¡Estúpido! ¡Estúpido! Nunca me perdonaré semejante error. La mansión estaba envuelta en una tensa calma que me disgustó y cuando apareció aquella rubia prostituta, la situación se tornó mucho peor. En un principio pensé que el dueño de la casa debía ser un socio comercial de Jacqueline Wu, porque el grueso de sus esbirros pretendía matarme, sin embargo fue Cheng quien disipó todas las interrogantes que tenía.

-La Srta. Wu te envía recuerdos, Schrödinger- Dijo ese miserable asiático que, como siempre, estaba tontamente vestido con una camiseta de Mickey Mouse, pantalones de color violeta y zapatillas amarillas –Estoy seguro de que ya lo habrás adivinado, pero la Srta. Wu ha diversificado sus horizontes empresariales. Desde que diezmaste a la mafia italiana, nos dedicamos a la protección de personas importantes, y hemos sido contratados para impedir que tú causes molestias al Sr. Stirling-.

El matón amarillo ocultó sus manos tras la espalda y comenzó el baile de golpes y disparos. Dos quinceañeros rápidos y ágiles se acercaron de frente armados con barras de plastiacero, con las que se preparaban para golpearme. Sin embargo hice una finta hacia la izquierda, aparecí detrás de ellos, tomé sus cabezas y las hice chocar con brusquedad. Las sabandijas se desplomaron pesadamente sobre las escaleras. Haciendo un par de volteretas, esquivé los disparos que venían en todas las direcciones, salté sobre Cheng e ingresé al interior de la mansión. El salón principal era amplio y muy alto, estaba flanqueado por dos escaleras circulares, una gran lámpara araña, cuadros muy costosos y estatuas anodinas. Cheng se volvió lentamente mientras sus secuaces se detenían a su alrededor. Dejé que mis cuchillas se deslizaran suavemente de mis dedos.

-¡Acaben con él!- Vociferó Cheng con fuerza y rabia, haciéndome sonreír bajo la máscara.

Los disparos se reanudaron. Rodé por el suelo hasta situarme bajo un asesino con una pierna protésica, con una maniobra imperceptible pasé las cuchillas alrededor de sus muñecas y esperé. Primero se formó un hilo de sangre, luego se desprendieron ambas manos de sus brazos y finalmente cayó entre gritos de dolor. Recuperé su pistola láser y comencé a disparar, quemando el pecho y la cabeza de cinco matones en menos de quince segundos. Como lo esperaba, al usar repetidamente el arma, ésta se calentó y se volvió peligrosa, así que la dejé de un lado y extraje mi escopeta recortada de la gabardina. La usé por primera vez en el día con un sujeto que se acercaba con un par de dagas largas, disparándole en la ingle. Cuando me disponía a usarla por segunda vez, sentí un fuerte golpe en la espalda que me hizo trastabillar, caí de rodillas aturdido y perdí el arma. Cuando me recuperé, vi a un sujeto calvo, gordo, alto y con un martillo enorme que sustituía a su extremidad derecha.

-¿Lo ven? Es solo un hombre- Dijo Cheng con soberbia provocando mi enfado.

El matón obeso corrió en mi dirección con el objetivo de rematar lo que había empezado. Saqué las garras de mis manos e hice que ambas chocaran contra su martillo. Él apretó los dientes mientras forcejeaba conmigo, pero mi fuerza era mayor, le hice perder pie y cuando se tambaleó, le incrusté las garras en el centro de su estómago. Usando su humanidad como escudo, corrí en dirección de un trío de amarillos que portaban revólveres Smith & Wesson con balas de tungsteno. Aparentemente habían abandonado las pistolas láser por un tipo de arma más eficiente. Percibí los impactos de bala en la espalda del gordo y, cuando los tres gusanos tuvieron que recargar, avancé hasta atropellarlos con la inerte envergadura de su colega de crímenes.

Volví la mirada y noté que todavía quedaba más de una treintena de asiáticos armados que se reagrupaban con rapidez. La pelea no terminaría nunca si no zanjaba pronto la situación, así que decidí tomar decisiones más drásticas. Corrí hacia las escaleras, iniciando un ascenso vertiginoso de los escalones, al tiempo que tomaba de un bolsillo de mi gabardina un objeto circular con una anilla de seguridad, la cual retiré para después arrojar en dirección de la enorme lámpara. El objeto en cuestión se trataba de una bomba clúster, que se abrió a los doce segundos dejando caer cientos de pequeñas bombetas incendiarias y explosivas. Me lancé al suelo y cubrí mi cabeza escuchando gritos de advertencia. Las detonaciones no tardaron en llegar al centro del salón, desencadenando en un estado de alarma y desesperación entre los esbirros. Algunos habían estallado en una cantidad disímil de fragmentos rosa y escarlata, otros eran abrasados por las llamas y el resto yacían con mutilaciones de todo tipo.

El fuego se había apoderado de aquella sección de la casa. Bajé despacio las escaleras, recorriendo con la mirada todo el salón principal, en un intento de reconocer el lugar exacto por dónde había podido ir Maxwell Chase con la rubia mujerzuela. Cuando avisté una puerta abierta en el fondo que conducía a un oscuro pasadizo, sentí que unos fuertes brazos rodeaban y apresaban mi cuello.

-He rezado todos los días en el ocaso para poder enfrentarnos, Schrödinger. Y ahora que te tengo en mi poder, malnacido, pienso que mis plegarias han sido escuchadas- Reveló con rabia mi atacante. Por un instante sentí que me faltaba el aire -¿Recuerdas a Tang Lung? ¿Lo recuerdas, hijo de perra? ¡Era mi hermano! ¡Tú lo mataste en una entrega de opio! ¿Lo recuerdas? ¡Tenía sólo veinte años!-.

Cheng me arrinconó contra una pared y comenzó a aventarme una repetida ráfaga de patadas que debieron fracturarme la mayoría de las costillas. Me tomó con sus manos y me arrojó a las barandas de las escaleras. Cuando volvió otra vez al ataque, le hice un corte en su ojo derecho con mis cuchillas. Inmediatamente se llevó ambas manos a la herida, tratando de contener inútilmente la sangre que se escapaba. Para mi asombro, comenzó a reírse descontroladamente, extrajo una jeringa de su cinturón y la mostró con orgullo y prepotencia. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que mi vida corría grave peligro cuando reconocí el fluido azulado que pensaba inyectarse en sus venas.

-¡Te voy a partir en dos, Schrödinger! Estoy seguro de que sabes qué hace esto- Dijo con una sonrisa que deformó su rostro –El compuesto T fue desarrollado por científicos del Ejército Rojo para aumentar la fuerza de los soldados de infantería. Los médicos sugerían emplear entre cinco y diez mililitros por cada dosis ¿pero qué pasaría si yo me inyecto un litro de una sola vez? ¿Lo imaginas, Schrödinger? ¡Vamos a comprobarlo!-.

Debía pensar rápido. El humo comenzaba a mezclarse con la oscuridad de la noche, por lo que poco a poco iba perdiendo visibilidad. Empleé el modo de visión nocturna de mis ojos artificiales y noté con horror que el cuerpo de Cheng comenzaba a aumentar de tamaño, sus músculos crecieron hasta el punto de romper la camiseta de Mickey Mouse, su único ojo casi salía de su órbita y sus piernas engordaron hasta el triple de su tamaño inicial. Recuperé la frialdad y la calma cuando, entre las ruinas, encontré mi arma de fabricación casera. En ese instante, Cheng gritó y para demostrar su nueva condición, levantó una estatua de dos metros de altura y la lanzó hacia la entrada, obstaculizándola, quizás para evitar que huyera. Pero yo no pensaba huir. No iba a otorgarle ese gusto.

-Te voy a hacer pagar todo el sufrimiento que pasé, Schrödinger- Decía el lunático matón mientras avanzaba lentamente, dejando una huella sobre el suelo tras cada pisada.

-Aquí me tienes, Cheng, y te confieso que no sé quién era Tang Lung ni me importa. Normalmente no pregunto los nombres de aquellos criminales que reciben mi justicia, pero sí te puedo asegurar que tu hermano recibió el escarmiento que merecía-.

-¡Maldito! ¡Te voy a arrancar esa máscara!-.

El voluminoso asesino corrió con toda la velocidad que le pudo imprimir a su pesado cuerpo, apresó mi espalda con sus gruesos brazos, me levantó y vociferó algo en su idioma. Comprimió mi espalda hasta el punto que sentí que en verdad me iba a partir en dos partes, dejé que el dolor renovara mis fuerzas y le dije:

-Dile a tu hermano que la justicia existe en este mundo podrido, no es ciega y se llama Schrödinger-.

Antes de que Cheng pudiese responder, introduje el cañón de mi escopeta recortada en su boca y apreté el gatillo. Los perdigones más potentes atravesaron su garganta y enseguida noté cómo los brazos del descomunal amarillo comenzaban a aflojarse. Cuando me soltó, caí de rodillas en el suelo y vi que su piel y sus músculos estaban cubiertos de burbujas que estallaban expulsando parte del líquido que se había inyectado. El cadáver inerte del guardaespaldas de Jacqueline Wu se derrumbó en el costoso piso, sobre un charco de sangre mezclada con el compuesto azulado. Recargué la escopeta y volví a mirar el pasadizo, decidido a seguir el camino de Maxwell Chase.

Me dolían todos los huesos y prótesis de mi cuerpo. No obstante sabía que no debía claudicar ahora que estaba tan cerca de descubrir algo turbio dentro de la Corporación Ikari. Mientras desciendo por unas escaleras oscuras y mal iluminadas, ignoro si esta será la última anotación en este diario digital; a pesar de ello, quiero acotar a todo aquel que lo lea en un futuro, que no me arrepiento de nada de lo que he hecho, porque todas mis acciones han estado enmarcadas en el cumplimiento de una ley justa basada en la protección del inocente y del débil: la ley de Schrödinger.

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